La intervención francesa en México, un episodio crucial en la historia del país, se enmarca en un contexto de tensiones políticas y sociales que definieron el rumbo de la nación en el siglo XIX. Este período, marcado por la inestabilidad interna y las influencias externas, no solo alteró la vida política de México, sino que también dejó huellas profundas en su identidad y desarrollo. La llegada de las tropas francesas fue el resultado de una compleja trama de intereses que cruzaban océanos, reflejando las ambiciones imperialistas de Europa en un continente que buscaba su propio camino.
A medida que las tropas francesas desembarcaban en territorio mexicano, los motivos detrás de esta intervención se desvelaban, revelando una mezcla de intereses económicos y políticos que deseaban establecer un nuevo orden en la región. Las batallas y eventos que siguieron a la llegada de estas fuerzas marcarían el inicio de una era signada por la resistencia y la lucha por la soberanía, donde figuras como Maximiliano de Habsburgo emergieron en un intento por consolidar un imperio que, a la postre, enfrentaría una feroz oposición.
El tejido de esta historia, que entrelaza la lucha por la independencia con las aspiraciones de un imperio efímero, nos invita a explorar no solo los acontecimientos que llevaron a la caída de Maximiliano, sino también las repercusiones que su gobierno dejó en la política mexicana. A través de la resistencia de líderes como Benito Juárez y los movimientos guerrilleros, se teje un relato de valentía y determinación que resuena hasta nuestros días, recordándonos la importancia de la lucha por la autodeterminación y la justicia social en la historia de México.
La intervención francesa en México, que se desarrolló entre 1861 y 1867, fue un conflicto que tuvo profundas raíces políticas y sociales en el contexto de la época. Para entender adecuadamente este evento, es crucial examinar los antecedentes políticos en México y la influencia de Europa en América Latina. Estos factores no solo explican por qué Francia decidió intervenir, sino que también iluminan las tensiones internas que enfrentaba México en ese momento.
Durante el siglo XIX, México atravesó un periodo de inestabilidad política caracterizado por conflictos internos, guerras civiles y cambios de gobierno frecuentes. La independencia de México en 1821 no trajo consigo una paz duradera, ya que el país se vio rápidamente envuelto en luchas entre liberales y conservadores. Estos dos grupos políticos tenían visiones muy diferentes sobre cómo debería ser el futuro de México. Los liberales promovían una república laica y el progreso social, mientras que los conservadores abogaban por un gobierno central fuerte y la influencia de la Iglesia Católica en la vida política.
El conflicto entre estos dos grupos culminó en la Guerra de Reforma (1858-1861), un enfrentamiento que dejó al país exhausto y en crisis económica. Al finalizar esta guerra, el presidente Benito Juárez, un líder liberal, se encontró con la difícil tarea de restaurar el orden y enfrentar los crecientes problemas financieros de la nación. La situación financiera de México se agravó con la suspensión de pagos de la deuda externa en 1861, lo que llevó a varios países, incluidos Francia, Gran Bretaña y España, a enviar tropas para reclamar sus deudas.
A lo largo del siglo XIX, las potencias europeas mantuvieron un interés constante en América Latina, no solo por razones económicas, sino también por aspiraciones políticas. La inestabilidad en México y las luchas internas ofrecían una oportunidad para que las potencias europeas, especialmente Francia, intentaran expandir su influencia en la región. El emperador francés Napoleón III, en particular, vio la intervención en México como una oportunidad para establecer un imperio en América Latina que pudiera servir como un contrapeso a la influencia de Estados Unidos en el continente.
El contexto de la Guerra Civil estadounidense (1861-1865) también jugó un papel importante. Mientras Estados Unidos estaba distraído con su propia guerra civil, Napoleón III pensó que podía aprovechar la oportunidad para establecer un régimen favorable en México. La intervención, por lo tanto, no solo fue un intento de cobrar deudas, sino un esfuerzo estratégico para expandir el imperio francés y desafiar la creciente influencia de Estados Unidos en el hemisferio.
La intervención francesa en México, que tuvo lugar entre 1861 y 1867, fue un evento histórico decisivo que alteró profundamente el rumbo del país. La llegada de las tropas francesas fue el resultado de un complejo entramado de factores políticos, económicos y sociales tanto en México como en Europa. A continuación, se explorarán los motivos detrás de la intervención, así como los principales eventos y batallas que marcaron su inicio.
La intervención francesa en México se inscribe en un contexto internacional marcado por el interés de varias potencias europeas en expandir su influencia en América Latina. A mediados del siglo XIX, México enfrentaba una grave crisis económica y política. La administración de Benito Juárez había suspendido el pago de la deuda externa, lo que irritó a varios países, incluyendo a Francia, Reino Unido y España, que tenían intereses en el país. Las potencias europeas decidieron enviar una intervención conjunta para forzar a México a reanudar los pagos de su deuda.
Sin embargo, el verdadero interés de Francia iba más allá de las deudas. El emperador Napoleón III, deseando revivir el prestigio de Francia en el ámbito internacional, vio la oportunidad de establecer un imperio en América Latina. Su ambición era crear un estado títere en México que sirviera como un bastión de poder en la región, además de ser un contrapeso a la creciente influencia de Estados Unidos en el continente. Este objetivo se alineaba con la ideología del "destino manifiesto" americano, que justificaba la expansión territorial estadounidense.
Así, en diciembre de 1861, el ejército francés, compuesto por alrededor de 6,000 hombres, desembarcó en el puerto de Veracruz. Aunque la intervención inicialmente fue presentada como un esfuerzo conjunto con España y Reino Unido, las intenciones de Napoleón III pronto se hicieron evidentes, ya que su objetivo era imponer un régimen monárquico en México bajo el liderazgo de un príncipe europeo.
La intervención francesa comenzó con una serie de eventos y batallas que marcaron la pauta para el conflicto que se desarrollaría en los años siguientes. Tras el desembarco en Veracruz, las tropas francesas se dirigieron hacia la capital, Ciudad de México, encontrando una resistencia decidida por parte del ejército republicano, liderado por Benito Juárez.
Una de las primeras batallas significativas fue la Batalla de Puebla, que tuvo lugar el 5 de mayo de 1862. Este enfrentamiento fue crucial, ya que las fuerzas mexicanas, aunque en desventaja numérica y armamentística, lograron repeler a los franceses, infligiendo una derrota significativa. La victoria en Puebla se convirtió en un símbolo de resistencia y patriotismo para los mexicanos, aunque no detuvo la marchas de las tropas francesas hacia la capital.
Después de la victoria en Puebla, las fuerzas francesas reagrupadas y reforzadas continuaron su avance. En abril de 1863, lograron sitiar la Ciudad de México, que cayó en junio de ese mismo año. Este evento marcó un punto de inflexión en la intervención, ya que permitió a los franceses establecer un control directo sobre el país y facilitar la instalación de un nuevo gobierno encabezado por Maximiliano de Habsburgo.
El avance francés fue acompañado de una brutal represión contra las fuerzas republicanas y la población civil, lo que generó un clima de miedo y descontento. Los republicanos continuaron luchando desde el norte, donde Juárez y su gobierno se refugiaron, creando una resistencia que se prolongaría durante años.
Las batallas y enfrentamientos continuaron en los años siguientes, con los republicanos utilizando tácticas de guerrilla para desgastar a las fuerzas francesas. Sin embargo, el apoyo de Napoleón III a Maximiliano y su gobierno permitió que este último consolidara su poder temporalmente, aunque enfrentó múltiples desafíos y una creciente oposición interna.
En resumen, la llegada de las tropas francesas a México fue impulsada por una combinación de intereses económicos y políticos, tanto en el ámbito nacional como internacional. Las victorias iniciales de los franceses y la posterior resistencia de los republicanos marcaron el inicio de un conflicto que tendría profundas consecuencias para el futuro de México, estableciendo el contexto para eventos que se desarrollarían en la segunda mitad de la década de 1860.
La intervención francesa en México culminó con la instauración del Segundo Imperio Mexicano, un periodo significativo pero controvertido en la historia del país. Este capítulo se define por la figura de Maximiliano de Habsburgo, un archiduque austriaco que, bajo el auspicio de Napoleón III, fue proclamado emperador de México. La idea de un imperio en un país que había luchado por su independencia y por establecer una república democrática creó tensiones y conflictos que se extendieron a lo largo de su breve reinado. En este segmento, exploraremos en profundidad la proclamación del Segundo Imperio Mexicano, las políticas y reformas implementadas por Maximiliano, y las reacciones tanto a favor como en contra de su gobierno.
La proclamación del Segundo Imperio Mexicano tuvo lugar el 10 de abril de 1864, cuando Maximiliano de Habsburgo fue coronado emperador. Este evento fue el resultado de una serie de decisiones políticas y militares que comenzaron con la intervención francesa en 1862, cuando las tropas de Napoleón III invadieron México bajo el pretexto de cobrar deudas. La situación política en México tras la guerra de reforma había dejado al país dividido y en una crisis de gobernabilidad, lo que permitió a los franceses ver una oportunidad para establecer un régimen favorable a sus intereses en la región.
Maximiliano fue decidido como el candidato para el trono mexicano debido a su linaje europeo, su conexión con la Casa de Habsburgo y la percepción de que podría traer estabilidad a un país sumido en el caos. A pesar de su origen europeo, Maximiliano tenía un interés genuino en México y se había comprometido a implementar reformas que beneficiaran a la población. Sin embargo, su ascenso al poder fue visto con recelo por muchos mexicanos, quienes consideraban esta intervención como una violación a su soberanía.
La proclamación fue respaldada por una pequeña élite conservadora mexicana, quienes creían que un imperio restauraría el orden y la tradición en el país. Sin embargo, la legitimidad del nuevo gobierno fue cuestionada desde el principio, ya que la mayoría de la población no solo estaba en contra de la intervención extranjera, sino que también había luchado arduamente por establecer una república. A pesar de estas tensiones, el imperio fue oficialmente reconocido por varios países europeos, lo que le otorgó a Maximiliano un grado de legitimidad internacional.
Una de las características más notables del gobierno de Maximiliano fue su intento de implementar una serie de reformas sociales y políticas, que a menudo se contrastan con su estatus como monarca extranjero. Su administración buscó modernizar el país, promoviendo la educación, la agricultura y la infraestructura. En un contexto donde el analfabetismo era rampante y la economía estaba devastada, Maximiliano envió a expertos europeos para asesorar sobre la modernización del sistema educativo y agrícola.
Maximiliano también se comprometió a realizar reformas agrarias que otorgaran tierras a los campesinos, lo cual era un punto crítico para ganar el apoyo popular. Sin embargo, sus políticas se vieron obstaculizadas por la falta de recursos y el conflicto constante con los liberales, que habían luchado por la separación de la iglesia y el estado y por la promoción de un gobierno civil y democrático. Aunque sus intenciones eran buenas, las reformas de Maximiliano a menudo se percibían como ineficaces o insuficientes y, en muchos casos, no lograron el impacto deseado.
Otro aspecto de su gobierno fue el intento de establecer una relación más estrecha con la iglesia católica, un movimiento que disgustó a los liberales y que contradijo los principios que habían guiado la guerra de reforma. Maximiliano restauró privilegios a la iglesia que habían sido eliminados por sus predecesores, lo que contribuyó a aumentar la oposición hacia su imperio. A pesar de estas políticas, la falta de apoyo popular y la constante amenaza de los ejércitos liberales, liderados por Benito Juárez, hicieron que su gobierno permaneciera en un estado de vulnerabilidad.
A pesar de los esfuerzos iniciales de Maximiliano por establecer un imperio que pudiera ser visto como un modelo de modernización y progreso, las tensiones internas comenzaron a aumentar. La oposición a su gobierno se consolidó rápidamente, liderada por figuras como Benito Juárez, quien había sido presidente y continuaba siendo un símbolo de resistencia a la intervención extranjera. Juárez y sus seguidores, conocidos como liberales, argumentaban que la soberanía de México estaba siendo socavada y que el país debía rechazar cualquier forma de monarquía impuesta desde el extranjero.
Las tensiones se manifestaron en una serie de levantamientos y movimientos guerrilleros que se oponían al imperio. Estos movimientos, aunque fragmentados, estaban motivados por un profundo deseo de restaurar la república y recuperar la soberanía nacional. Los liberales, aunque debilitados por la intervención francesa, comenzaron a recibir apoyo popular y comenzaron a organizar campañas armadas contra las tropas imperiales.
La situación se tornó aún más complicada con la retirada gradual de las tropas francesas a finales de la década de 1860. La creciente presión internacional y la falta de recursos para sostener la intervención llevaron a Napoleón III a decidir reducir su presencia militar en México, lo que dejó a Maximiliano en una posición precaria. Sin el respaldo militar francés, el imperio se encontraba cada vez más aislado, y la resistencia encabezada por Juárez comenzó a ganar fuerza.
Maximiliano intentó consolidar su poder mediante la creación de un ejército nacional, pero la lealtad de las tropas era cuestionable y muchas de ellas eran en gran parte mercenarias, lo que no ayudó a estabilizar su gobierno. La falta de apoyo tanto nacional como internacional, sumada a la creciente presión de los liberales, llevó a una inevitable crisis que culminaría en la caída del imperio.
En este contexto, las políticas de Maximiliano, aunque bien intencionadas, no fueron suficientes para ganar el apoyo del pueblo mexicano. La percepción de ser un gobernante impuesto por una potencia extranjera persistió, y su intento de modernizar el país se vio eclipsado por el descontento popular y la resistencia armada.
El breve imperio de Maximiliano de Habsburgo dejó un legado complejo en la historia de México. A pesar de sus esfuerzos por modernizar el país y promover reformas sociales, su gobierno se recuerda principalmente como un intento fallido de establecer un régimen monárquico en un país que había luchado fervientemente por su independencia y por la instauración de una república. La resistencia liderada por Benito Juárez no solo consolidó la figura del presidente como un héroe nacional, sino que también sentó las bases para el México moderno, que se definiría por su compromiso con la soberanía y la democracia.
La caída de Maximiliano en 1867, que culminó con su ejecución, simbolizó el rechazo definitivo del pueblo mexicano a la intervención extranjera y a cualquier forma de monarquía. A través de sus políticas y de su afán de modernización, Maximiliano dejó una huella en la historia de México que, aunque breve, fue significativa en la formación de la identidad nacional y en la lucha por la soberanía. Su imperio se convirtió en un recordatorio de las complejas dinámicas de poder, resistencia y el anhelo de un México libre y soberano.
En resumen, el imperio de Maximiliano de Habsburgo representa un periodo de lucha y transformación en la historia de México. Las políticas implementadas, aunque intentaron responder a las necesidades del momento, no lograron el apoyo de la mayoría de la población, lo que llevó a un conflicto abierto y a la eventual caída del imperio. Este episodio no solo ha sido un tema de estudio histórico, sino que también ha influido en la percepción contemporánea de la intervención extranjera y su impacto en la soberanía nacional.
La resistencia y oposición al imperio de Maximiliano de Habsburgo durante la intervención francesa en México representa un capítulo crucial en la historia del país. Este periodo fue marcado por la lucha entre las fuerzas conservadoras que apoyaban a Maximiliano y las fuerzas liberales lideradas por Benito Juárez, quien se convirtió en símbolo de la resistencia republicana. La resistencia no solo fue militar, sino que también tuvo una fuerte carga ideológica y política que definió el rumbo del país en las décadas posteriores.
Benito Juárez, un indígena zapoteca originario de Oaxaca, emergió como una figura central en la oposición al imperio de Maximiliano. Desde el inicio de su carrera política, Juárez había abogado por la reforma y la modernización de México, estableciendo principios liberales que desafiaban el orden conservador. Cuando las tropas francesas ocuparon el país y se instauró el imperio, Juárez se encontraba en una situación difícil, pero no se dio por vencido. En 1864, se trasladó a El Paso, Texas, donde estableció un gobierno en el exilio. Desde allí, continuó movilizando resistencia contra la intervención francesa y el régimen de Maximiliano.
La administración de Juárez se caracterizó por una firme defensa de la soberanía nacional y la continuidad de la República. Utilizó su influencia para obtener apoyo internacional, especialmente de Estados Unidos, que, aunque estaba lidiando con su propia Guerra Civil, veía con recelo la expansión del Imperio Francés en América. Juárez también implementó reformas que fortalecieron el ejército republicano y organizaron la resistencia armada contra las fuerzas imperiales.
La figura de Juárez se convirtió en un símbolo de la lucha por la libertad y la soberanía. Su famosa frase "El respeto al derecho ajeno es la paz" encapsuló su visión de un México libre de intervenciones extranjeras. Su liderazgo inspiró a muchos mexicanos a unirse a la causa republicana, fortaleciendo el movimiento de resistencia que se expandió por todo el país.
Además del liderazgo de Juárez, la resistencia contra el imperio de Maximiliano fue alimentada por una serie de movimientos guerrilleros que operaron en diversas regiones de México. Estas guerrillas estaban compuestas por patriotas que se negaban a aceptar la dominación extranjera y luchaban por la restauración de la República. Se organizaron en pequeños grupos que llevaban a cabo tácticas de guerrilla, atacando a las fuerzas imperiales en emboscadas y sabotajes, así como robando suministros y armas para fortalecer su causa.
Uno de los líderes guerrilleros más destacados fue el general Ignacio Zaragoza, conocido por su victoria en la Batalla de Puebla el 5 de mayo de 1862. Aunque esta batalla no detuvo la intervención francesa, demostró la capacidad de resistencia de las fuerzas republicanas y aumentó la moral de los patriotas. Zaragoza, junto con otros líderes locales, como el general Vicente guerrero, jugó un papel crucial en la coordinación de la resistencia y en la movilización de recursos para la lucha.
El impacto de estos movimientos guerrilleros fue significativo. Aunque enfrentaron desventajas en términos de armamento y recursos frente a las fuerzas mejor equipadas de Maximiliano, su conocimiento del terreno y su determinación les permitieron llevar a cabo operaciones exitosas que desgastaron gradualmente al ejército imperial. Estas acciones no solo obstaculizaron los esfuerzos de Maximiliano para consolidar su poder, sino que también ayudaron a mantener viva la llama de la resistencia en la población mexicana.
Con el tiempo, la resistencia guerrillera se consolidó en un movimiento más organizado y coordinado que unió a diversas facciones liberales. A medida que pasaron los años, la presión sobre las fuerzas de Maximiliano aumentó, y la percepción de que el imperio era insostenible comenzó a calar en la sociedad mexicana. La guerra de guerrillas, junto con el apoyo diplomático y militar de Estados Unidos, contribuyó a debilitar al régimen de Maximiliano, preparando el terreno para un eventual triunfo de la República.
La resistencia de Juárez y los movimientos guerrilleros no solo fueron cruciales para la derrota del imperio de Maximiliano, sino que también contribuyeron a forjar una identidad nacional que se oponía a las intervenciones extranjeras. La lucha por la libertad y la soberanía se convirtió en un legado que perduraría en la memoria colectiva de México, marcando el inicio de una nueva era en la historia del país.
La combinación de la resistencia organizada y la lucha guerrillera, bajo la dirección de Juárez y otros líderes patriotas, fue fundamental para revertir la intervención extranjera y restaurar el orden republicano. Este periodo de resistencia no solo fue una lucha militar, sino también una batalla ideológica que sentó las bases para la construcción de un México soberano y republicano en el futuro.
La intervención francesa en México, que tuvo su apogeo entre 1861 y 1867, culminó en un periodo de gran transformación para la nación. Este capítulo de la historia mexicana no solo marcó el final del imperio de Maximiliano de Habsburgo, sino que también dejó huellas profundas en la política y la sociedad del país. A continuación, se explorará la caída de Maximiliano y el impacto que tuvo en la política mexicana, así como su legado histórico.
La caída de Maximiliano de Habsburgo en 1867 es uno de los eventos más significativos en la historia de México. Tras varios años de resistencia por parte del gobierno republicano encabezado por Benito Juárez, el imperio imperialista enfrentó una creciente oposición popular y militar. Desde el inicio de la intervención, la falta de apoyo popular se hizo evidente. La mayoría de los mexicanos, especialmente aquellos que se identificaban con las ideas liberales y republicanas, nunca aceptaron la imposición de un emperador extranjero.
En 1866, la situación del imperio se tornó crítica. Las tropas francesas, que inicialmente habían llegado en un número considerable, comenzaron a retirarse debido a la presión constante de las fuerzas republicanas y la cambiante política interna de Francia. El gobierno de Napoleón III, enfrentado a problemas internos y a críticas sobre la intervención, decidió retirar sus tropas. Este retiro dejó a Maximiliano en una situación insostenible, rodeado de enemigos y con escaso apoyo.
En un intento por consolidar su poder, Maximiliano trató de buscar alianzas y apoyo, pero sus esfuerzos fueron en vano. En mayo de 1867, las fuerzas republicanas, lideradas por el general Porfirio Díaz, comenzaron un asedio a la ciudad de Querétaro, donde se encontraba Maximiliano. Este asedio culminó en la captura del emperador el 15 de mayo de ese mismo año. La rendición de Maximiliano marcó el fin del Segundo Imperio Mexicano.
El 19 de junio de 1867, Maximiliano fue ejecutado en el cerro de las Campanas, un evento que no solo selló su destino, sino que simbolizó el fracaso de la intervención francesa en México. La ejecución de Maximiliano fue un acto controvertido que generó diversas reacciones tanto dentro como fuera de México. Mientras que algunos lo consideraron un traidor, otros vieron en él a una víctima de las circunstancias.
La caída de Maximiliano y la restauración de la República representaron un giro significativo en la política mexicana. Con Benito Juárez nuevamente en el poder, el país enfrentó el desafío de reconstruirse después de años de guerra y ocupación. Juárez promovió una serie de reformas que buscaban consolidar la república y establecer un gobierno más democrático y laico. Estas reformas incluían la separación de la iglesia y el estado, la reforma agraria y la modernización del sistema educativo.
El legado de la intervención francesa y el imperio de Maximiliano tuvo repercusiones duraderas en la política y la sociedad mexicana. Se estableció una resistencia más firme contra la intervención extranjera y se fortaleció el nacionalismo mexicano. La experiencia de la intervención y la posterior guerra civil llevaron a una mayor conciencia política entre los ciudadanos, que comenzaron a exigir una mayor participación en la vida política del país.
Además, el conflicto dejó una profunda herida en la memoria colectiva de los mexicanos. La figura de Maximiliano se convirtió en un símbolo de la traición y la intervención extranjera, y su muerte fue vista como un acto de justicia. El sentimiento antiimperialista que surgió de esta experiencia se mantuvo vivo durante las décadas siguientes, influyendo en la política exterior de México y su relación con otras naciones, especialmente con los Estados Unidos.
El impacto de la intervención también se sintió en las relaciones entre México y Francia. Aunque las relaciones diplomáticas se normalizaron con el tiempo, la memoria de la intervención y la ejecución de Maximiliano dejaron una sombra en la historia bilateral. Las relaciones entre ambos países pasaron por momentos de tensión, especialmente durante la Revolución Mexicana, cuando Francia apoyó a ciertos grupos en contra del gobierno mexicano.
En términos de desarrollo socioeconómico, la intervención dejó a México en una situación precaria. La infraestructura había sido destruida, y la economía estaba debilitada. Los esfuerzos de Juárez por reconstruir el país fueron arduos y enfrentaron numerosos desafíos. Sin embargo, sus políticas sentaron las bases para un México moderno y más cohesionado a largo plazo.
El legado cultural de la intervención francesa y el imperio de Maximiliano también es significativo. Este periodo motivó un interés renovado por la identidad nacional y la cultura mexicana. La figura de Maximiliano fue retratada en diversas obras literarias y artísticas, creando una narrativa que oscila entre la tragedia y la traición. Autores como José María de Echegaray y artistas como José Guadalupe Posada reflejaron en su obra este conflicto y sus consecuencias.
La intervención también destacó la importancia del patriotismo y la soberanía nacional. El recuerdo de la lucha contra el imperio francés se convirtió en un elemento central en la construcción de la identidad mexicana, influyendo en movimientos posteriores como la Revolución Mexicana de 1910, que buscaba la justicia social y la igualdad en un país marcado por la desigualdad y el autoritarismo.
Finalmente, la intervención francesa y su desenlace resaltan la complejidad de las relaciones internacionales en el siglo XIX. México se convirtió en un campo de batalla de intereses imperiales, lo que subraya la necesidad de un enfoque crítico sobre la historia de la intervención extranjera en América Latina. Esta historia sigue siendo relevante en el análisis contemporáneo de las relaciones entre México y otras potencias, así como en el estudio de la soberanía y la autodeterminación en el contexto global.
En resumen, la caída de Maximiliano y el final de la intervención francesa en México no solo marcaron el regreso de Benito Juárez al poder, sino que también generaron un impacto profundo y duradero en la política, la cultura y la identidad nacional mexicana. La experiencia de esta intervención se convirtió en un pilar fundamental en la memoria histórica del país, influyendo en generaciones futuras y moldeando la narrativa de la nación.
![]() |
Fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929 |
![]() |
Asesinato de Venustiano Carranza en 1920. |
![]() |
Asesinato de Álvaro Obregón en 1928. |
Fusilamiento de Victoriano Huerta en 1916 |
Exilio de Porfirio Díaz en 1911. |
![]() |
Asesinato de Francisco Villa en 1923 |
![]() |
Asesinato de Emiliano Zapata en 1919 |
![]() |
Decena Trágica en 1913, un golpe de Estado que derrocó al presidente Francisco I. Madero y asesinó a él y al vicepresidente Pino Suárez |
Inicio de la Revolución Mexicana el 20 de noviembre de 1910 |
Plan de San Luis Potosí en 1910, proclamado por Francisco I. Madero, llamando a la lucha armada contra el gobierno de Porfirio Díaz |