La Guerra Cristera, un conflicto que marcó profundamente la historia de México en la primera mitad del siglo XX, se erige como un testimonio de la compleja interacción entre la fe religiosa y el poder político. En el contexto de un país en transformación, donde las tensiones entre el Estado y la Iglesia católica alcanzaron niveles críticos, se gestaron las condiciones que llevarían a este levantamiento armado. La lucha por la libertad religiosa y la defensa de valores tradicionales resonaron en el corazón de miles de mexicanos, quienes se vieron obligados a tomar partido en una contienda que no solo definió su identidad, sino también el destino de su nación.
A medida que se profundiza en las raíces de este conflicto, es esencial comprender los antecedentes que lo precedieron y las decisiones políticas que lo desencadenaron. La implementación de políticas restrictivas bajo el gobierno de Plutarco Elías Calles generó un ambiente de descontento que culminó en la resistencia armada de la comunidad católica. Este episodio no solo fue una respuesta a la opresión, sino también una manifestación de la lucha por la libertad de conciencia en un contexto lleno de desafíos sociales y económicos.
Al explorar los eventos que rodearon la Guerra Cristera, se hace evidente que las consecuencias de este enfrentamiento fueron profundas y duraderas. Desde los estragos en la población civil hasta los cambios en la estructura económica del país, el conflicto dejó una huella imborrable en la memoria colectiva. Así, la historia de la Cristiada se convierte en un espejo que refleja las tensiones y desafíos que aún persisten en la política y la cultura de México contemporáneo.
La Cristiada, también conocida como la Guerra Cristera, fue un conflicto armado que tuvo lugar en México entre 1926 y 1929, en el que grupos de católicos se levantaron en armas en respuesta a la creciente persecución religiosa y las políticas anticlericales del gobierno mexicano. Para comprender plenamente este conflicto, es esencial analizar su contexto histórico, incluyendo los antecedentes que lo precedieron y la situación política en México durante los años previos al estallido de la guerra.
Las raíces de la Cristiada se remontan a la Revolución Mexicana (1910-1920), un conflicto que, aunque inicialmente buscaba la lucha contra la dictadura de Porfirio Díaz y las injusticias sociales, también sentó las bases para un cambio radical en la relación entre el Estado y la Iglesia. Durante este periodo, el gobierno revolucionario, influenciado por ideologías liberales y socialistas, comenzó a cuestionar el poder de la Iglesia Católica, que había sido un actor fundamental en la política y la educación en México.
La Constitución de 1917, promulgada en medio de la revolución, estableció un marco legal que limitaba el poder de la Iglesia. En su artículo 130, se prohibió la participación política de los ministros de culto y se establecieron restricciones sobre la educación religiosa. Sin embargo, este cambio no fue suficiente para satisfacer a los sectores más radicales del gobierno, que buscaban una separación total entre la Iglesia y el Estado.
La tensión entre el gobierno y la Iglesia se intensificó en los años siguientes, especialmente bajo el liderazgo del presidente Plutarco Elías Calles, un ferviente defensor de la política anticlerical. Calles, quien asumió la presidencia en 1924, consideraba que la Iglesia era un obstáculo para el progreso de la nación y buscó implementar una serie de reformas que restringían aún más la libertad religiosa. Estas medidas incluían la prohibición de cultos públicos y la confiscación de propiedades eclesiásticas, lo que generó un clima de resistencia entre la población católica.
Durante la administración de Calles, México experimentó una serie de cambios políticos y sociales que exacerbaron las tensiones entre el Estado y la Iglesia. La década de 1920 fue un periodo de consolidación del poder por parte de los líderes revolucionarios, quienes buscaban establecer un Estado fuerte y centralizado. Calles implementó políticas que promovían la educación laica y la cultura socialista, lo que llevó a un descontento creciente entre los sectores católicos, que veían amenazadas sus creencias y tradiciones.
El clima de represión se intensificó cuando, en 1926, el gobierno promulgó la Ley Calles, que establecía normas más estrictas para el ejercicio de la religión. Esta ley prohibió la celebración de misas en lugares públicos, limitó el número de sacerdotes por diócesis y estableció un registro estatal de clérigos. Como respuesta a esta agresiva política anticlerical, la comunidad católica comenzó a organizarse en resistencia, lo que eventualmente culminaría en el estallido de la Cristiada.
La situación se volvió insostenible, y la tensión alcanzó su punto máximo cuando, el 31 de julio de 1926, el gobierno prohibió oficialmente todas las actividades religiosas. Esto llevó a la comunidad católica a convocar un boicot nacional contra el gobierno, lo que intensificó aún más las hostilidades. La respuesta del gobierno fue brutal, y se desataron represalias contra los católicos, lo que generó un clima de violencia que desembocaría en un conflicto armado.
La Guerra Cristera, un conflicto armado que tuvo lugar en México entre 1926 y 1929, fue el resultado de una serie de tensiones acumuladas a lo largo de los años, particularmente en relación con la política anticlerical del gobierno mexicano. En este contexto, se pueden identificar dos causas fundamentales que desencadenaron el conflicto: la Ley Calles y su impacto en la religión, así como las reacciones de la comunidad católica ante estas medidas. Ambas causas son esenciales para entender la magnitud y la profundidad de la resistencia que se organizó en respuesta a las políticas gubernamentales.
La Ley Calles, promulgada en 1926, fue un conjunto de medidas que buscaba implementar de manera estricta las disposiciones de la Constitución de 1917 en relación con la separación entre la Iglesia y el Estado. Este marco legal se originó en un contexto de creciente tension entre el gobierno mexicano y la Iglesia católica, que había mantenido una influencia considerable en la vida social y política del país. La Ley Calles estableció restricciones severas a las actividades religiosas, incluyendo la prohibición de los cultos públicos y la limitación del número de sacerdotes que podían ejercer en cada localidad.
Además, la ley requería que todos los sacerdotes fueran registrados ante el gobierno y que estos se sometieran a una serie de requisitos legales que muchos consideraban humillantes. Esto generó una respuesta inmediata por parte de los líderes católicos y la feligresía, quienes vieron estas medidas como un ataque directo a su fe y a su derecho a la libre práctica religiosa. La Ley Calles no solo atacó las prácticas religiosas, sino que también afectó profundamente la identidad cultural de muchos mexicanos, que veían su vida cotidiana y sus tradiciones íntimamente ligadas a la fe católica.
Ante la implementación de la Ley Calles, la comunidad católica reaccionó de manera contundente. La respuesta fue variada, desde la protesta pacífica hasta la organización de grupos armados. Muchos católicos, incluyendo a sacerdotes y laicos, decidieron desobedecer las leyes, continuando con sus prácticas religiosas en secreto. La resistencia fue organizada por un grupo conocido como los "Cristeros", que se comprometieron a luchar por la defensa de su fe y sus derechos. Este movimiento no solo contaba con el apoyo de la Iglesia, sino que también recibió el respaldo de diversos sectores de la sociedad que se sentían amenazados por las políticas del gobierno.
La resistencia tomó forma en varias regiones del país, siendo Jalisco, Guanajuato y Michoacán algunos de los estados más afectados por la violencia. Las comunidades católicas comenzaron a armarse y a organizarse; los Cristeros adoptaron tácticas de guerrilla y, en muchos casos, se aliaron con campesinos que compartían su descontento con el gobierno. A medida que la represión aumentaba, también lo hacía la determinación de los Cristeros, quienes veían su lucha como una cruzada no solo por la libertad religiosa, sino también por la defensa de la dignidad y la cultura mexicana.
Este clima de tensión llevó a una polarización social y política, donde la comunidad católica se sintió cada vez más marginada y atacada. Las protestas se intensificaron y la oposición a la Ley Calles se convirtió en un movimiento nacional. En respuesta a la creciente disidencia, el gobierno de Plutarco Elías Calles adoptó medidas represivas, lo que a su vez avivó el fervor cristero. La lucha por la libertad religiosa se convirtió en una lucha por la identidad nacional, lo que hizo que el conflicto adquiriera dimensiones mucho más amplias que las que inicialmente se habían previsto.
La Guerra Cristera, que tuvo lugar entre 1926 y 1929, fue un conflicto armado que surgió en México en respuesta a la implementación de políticas anticlericales por parte del gobierno de Plutarco Elías Calles. A continuación, se examinan sus principales enfrentamientos y batallas, así como las estrategias militares adoptadas por ambos bandos durante este período tumultuoso.
El conflicto se caracterizó por una serie de enfrentamientos armados en varias regiones de México, particularmente en los estados de Jalisco, Guanajuato, Michoacán y Colima, donde la resistencia cristera fue más notable. Estos enfrentamientos no solo involucraron a fuerzas regulares del gobierno, sino también a milicias cristeras compuestas en su mayoría por campesinos, campesinas, y algunos sectores de la clase media.
Uno de los primeros y más significativos enfrentamientos fue la Batalla de Tepatitlán en 1926, donde las fuerzas cristeras, dirigidas por el general cristero Manuel P. Salas, lograron un triunfo sobre el ejército federal. Este triunfo alentó a otras comunidades a unirse a la causa cristera, aumentando así el número de insurgentes que se levantaron contra el gobierno.
Otro evento clave fue la Batalla de El Salto, que tuvo lugar en 1927. En esta batalla, las fuerzas cristeras, lideradas por el general José María Hernández, lograron tomar el control de la localidad de El Salto, lo que les permitió establecer un corredor para el suministro de recursos a sus tropas. Este éxito, sin embargo, fue contrarrestado por el ejército federal, que implementó una estrategia de desgaste.
En 1928, se libró la Batalla de la Ciudad de Guanajuato. Esta serie de enfrentamientos en la capital del estado fue crucial para el desenlace del conflicto. Las fuerzas cristeras, que previamente habían disfrutado de varios éxitos, se encontraron con una fuerte oposición y una mayor organización por parte del gobierno federal. A pesar de los intentos de las milicias cristeras por tomar la ciudad, el ejército federal logró mantener el control, marcando un punto de inflexión en la guerra.
La resistencia cristera fue particularmente intensa en el estado de Jalisco, donde la población católica se alzó en armas en defensa de su fe y de sus derechos religiosos. La Batalla de Los Altos es un ejemplo de la ferocidad de los cristeros en esta región, donde las fuerzas insurgentes lograron resistir varios ataques del gobierno y mantener el control de ciertas áreas a pesar de la presión militar.
Las estrategias adoptadas durante la Guerra Cristera reflejaron las circunstancias particulares de cada bando. Las fuerzas cristeras, compuestas en su mayoría por combatientes sin experiencia militar, se vieron obligadas a improvisar y adaptarse a los desafíos que enfrentaban. Utilizaron tácticas de guerrilla, aprovechando su conocimiento del terreno y el apoyo de la población local para llevar a cabo emboscadas y ataques sorpresivos.
Los cristeros también establecieron una cadena de suministro basada en la lealtad de las comunidades católicas, que proporcionaban alimentos, armas y recursos a los insurgentes. Este apoyo logístico fue crucial para la prolongación del conflicto, ya que les permitió resistir a lo largo de los años a pesar de la superioridad del ejército federal en términos de armamento y recursos.
Por otro lado, el gobierno federal, consciente de la amenaza que representaban los cristeros, implementó una estrategia de "tierra arrasada". Esta metodología incluyó el bombardeo de poblaciones sospechosas de apoyar a los cristeros y la destrucción de cultivos y recursos en las zonas de conflicto. A través de la represión y el uso de la fuerza militar organizada, el gobierno buscó debilitar la moral de las fuerzas cristeras y romper el apoyo popular que estas recibían.
Además, el ejército federal se benefició de la modernización y la reorganización que había sufrido tras la Revolución Mexicana. Su capacidad para movilizar fuerzas y recursos fue un factor determinante que les permitió responder a los ataques cristeros de manera más efectiva. A lo largo de la guerra, el gobierno mexicano también utilizó propaganda para desacreditar a los cristeros, retratándolos como fanáticos y rebeldes, lo que ayudó a ganar el apoyo de la opinión pública en algunas áreas del país.
En resumen, la Guerra Cristera se desarrolló a través de una serie de enfrentamientos que reflejaron tanto la determinación de los cristeros por defender su fe como la respuesta militar organizada y a menudo brutal del gobierno federal. Las tácticas de guerrilla y resistencia popular frente a la represión gubernamental fueron características definitorias de este conflicto, que tuvo un profundo impacto en la sociedad mexicana y en su relación con la religión.
La Guerra Cristera, que tuvo lugar entre 1926 y 1929, no solo fue un conflicto armado que enfrentó al gobierno mexicano con grupos católicos, sino que también tuvo profundas repercusiones en la sociedad y la economía de México. Este conflicto marcó un periodo de intensas tensiones entre el Estado y la Iglesia, lo que generó efectos que se sintieron mucho más allá de los años de lucha y que han dejado huellas en la memoria colectiva del país.
Las consecuencias para la población civil durante y después de la Guerra Cristera fueron devastadoras. Más allá de las pérdidas humanas directas en el campo de batalla, se produjo un ambiente de terror y desconfianza que afectó a la sociedad en su conjunto. Los cristeros, como se conocía a los combatientes católicos, se vieron obligados a recurrir a tácticas de guerrilla, lo que convirtió a muchas comunidades en campos de batalla. Esto generó desplazamientos forzados, ya que muchas familias dejaron sus hogares para escapar de la violencia.
Además, el conflicto exacerbó la polarización social en México. La división entre los que apoyaban la causa cristera y aquellos que respaldaban al gobierno se hizo más marcada. En muchas comunidades, la religión se convirtió en motivo de enfrentamiento, dividiendo a familias y amigos. La desconfianza hacia el vecino se intensificó, y las comunidades que alguna vez fueron unidas se fracturaron, lo que dejó cicatrices profundas en el tejido social del país.
Las mujeres, en particular, jugaron un papel crucial durante la Guerra Cristera, tanto como activistas como víctimas del conflicto. Muchas mujeres se unieron a las filas cristeras, y algunas incluso asumieron roles de liderazgo en sus comunidades. Sin embargo, también fueron blanco de represalias. La represión del gobierno se tradujo en violencia de género y en el abuso de mujeres que se encontraban en el contexto de la guerra. La violencia sexual y las agresiones se convirtieron en una trágica realidad para muchas de ellas, lo que dejó un legado de sufrimiento que aún persiste en la memoria colectiva.
La Guerra Cristera tuvo un impacto significativo en la economía tanto a nivel local como nacional. En muchas regiones del país, particularmente en el centro y occidente, donde la lucha fue más intensa, la agricultura sufrió severos daños. Los campos de cultivo se convirtieron en escenarios de combate, y muchas familias se vieron obligadas a abandonar sus tierras. Esto no solo afectó la producción de alimentos, sino que también provocó un aumento en la pobreza rural y la migración hacia las ciudades en busca de mejores oportunidades.
El conflicto también tuvo repercusiones en el comercio. La violencia y la inestabilidad llevaron a una reducción en las actividades comerciales. Las rutas de abastecimiento se vieron interrumpidas, y muchas pequeñas y medianas empresas tuvieron que cerrar sus puertas debido a la escasez de productos y al miedo generalizado. Las ciudades que antes eran centros de intercambio comenzaron a experimentar una desaceleración económica, lo que afectó el empleo y los ingresos de la población.
A nivel nacional, el gobierno mexicano se enfrentó a una grave crisis fiscal. El costo de la guerra, tanto en términos de recursos humanos como económicos, fue elevado. El gobierno tuvo que destinar una parte significativa de su presupuesto a la lucha contra los cristeros, lo que limitó su capacidad para invertir en infraestructura y desarrollo social. Esto contribuyó a un ciclo de pobreza y desigualdad que continuó mucho después de la guerra.
Además, el conflicto generó una fuga de capitales y una disminución de la inversión extranjera en el país. La inestabilidad política y social hizo que muchos inversores consideraran a México un lugar de riesgo, lo que afectó el crecimiento económico en el periodo posterior a la guerra. Esta situación se vio agravada por la crisis económica de la década de 1930, que coincidió con la finalización de la Guerra Cristera y que llevó a una recesión económica significativa.
En resumen, los efectos de la Guerra Cristera se sintieron en todos los aspectos de la vida social y económica en México. La violencia, la polarización social y la crisis económica dejaron una huella perdurable en el país, y la recuperación de estas secuelas tomó décadas. La memoria de la guerra sigue viva en las comunidades que vivieron el conflicto, y su impacto se refleja en la historia contemporánea de México.
La Guerra Cristera, que tuvo lugar entre 1926 y 1929, no solo fue un conflicto armado entre el gobierno mexicano y los católicos que se oponían a las políticas anticlericales, sino que dejó una huella profunda en la historia de México que perdura hasta nuestros días. Este legado se evidencia en diversos aspectos de la sociedad mexicana, desde la cultura popular hasta la política contemporánea. En este sentido, el impacto de la Cristiada es multifacético y se manifiesta en la memoria colectiva del pueblo mexicano, así como en su identidad religiosa y cultural.
La representación de la Guerra Cristera en la cultura popular mexicana ha sido crucial para entender cómo se percibe este conflicto en la actualidad. A lo largo de los años, la Cristiada ha sido objeto de diversas obras literarias, cinematográficas y artísticas que han buscado plasmar tanto las vivencias de los cristeros como las atrocidades cometidas durante el conflicto. Esta representación ha contribuido a forjar una narrativa que busca reivindicar la lucha de aquellos que se opusieron a la persecución religiosa.
Una de las manifestaciones más notables de este legado se encuentra en el cine. Películas como “Cristiada”, estrenada en 2012, han tratado de representar los eventos de la Guerra Cristera y su impacto en la sociedad mexicana. Esta producción, dirigida por Dean Wright, se centra en la historia de un grupo de católicos que se levantan en armas en defensa de su fe. A través de un enfoque dramático, la película busca humanizar a los personajes y mostrar los dilemas morales y espirituales que enfrentaron durante el conflicto.
Asimismo, la literatura también ha jugado un papel importante en la difusión del legado de la Cristiada. Autores como José Luis Meza y su obra “Los cristeros” han explorado las vivencias de los combatientes, así como el contexto sociopolítico que llevó al estallido del conflicto. Estas obras no solo sirven como un medio para recordar la historia, sino que también fomentan el debate sobre la libertad religiosa y los derechos humanos en el México contemporáneo.
Además, el arte gráfico y la música han sido vehículos para expresar la memoria de la Cristiada. Grupos de músicos han compuesto canciones que relatan las hazañas de los cristeros, convirtiendo sus historias en baladas que resuenan en la cultura popular. Este fenómeno demuestra cómo la memoria de la Guerra Cristera se ha entrelazado con la identidad cultural mexicana, convirtiéndose en un símbolo de resistencia y fe.
La influencia de la Guerra Cristera en la política actual de México es evidente en el debate sobre la libertad religiosa y la separación entre la Iglesia y el Estado. Después del conflicto, las tensiones entre el gobierno y la Iglesia católica no se disolvieron. Aunque se alcanzó un acuerdo de paz en 1929, las relaciones continuaron siendo tensas durante las décadas siguientes. La memoria de la Cristiada ha sido utilizada en ocasiones por diversos grupos políticos para justificar sus posturas sobre la religión y la política en un país que, a lo largo de su historia, ha lidiado con la influencia de la Iglesia en asuntos públicos.
En años recientes, algunos partidos políticos han tratado de capitalizar el legado cristero para ganar el apoyo de sectores más conservadores de la población. Este fenómeno se ha evidenciado en el aumento de la visibilidad de líderes religiosos en el ámbito político, así como en la promoción de iniciativas que buscan fortalecer la libertad religiosa en un entorno donde la secularización ha sido predominante. Así, la memoria de la Cristiada se convierte en un recurso retórico para argumentar a favor de un México más incluyente respecto a las creencias religiosas.
Además, la Cristiada ha influido en la manera en que se aborda la educación en México. La enseñanza de la historia reciente, y en particular de la Guerra Cristera, ha sido objeto de debate en los planes de estudio. La forma en que se presenta este conflicto puede influir en la percepción de los jóvenes sobre la religión, la política y los derechos humanos. Este aspecto educativo es crucial, ya que el entendimiento de la historia reciente puede impactar directamente en la formación de la identidad cívica de las nuevas generaciones.
Por otro lado, el legado de la Cristiada también ha suscitado un interés renovado en los derechos humanos y la libertad religiosa en México. Organizaciones de la sociedad civil han comenzado a hacer eco de las lecciones aprendidas de este conflicto, promoviendo la defensa de los derechos de las minorías religiosas y subrayando la importancia de un Estado laico que garantice la libertad de culto. Este enfoque busca prevenir que se repitan situaciones similares de persecución y violencia en un país que ha enfrentado, históricamente, tensiones por motivos religiosos.
La memoria de la Cristiada también se ha materializado en la creación de monumentos y espacios conmemorativos que rinden homenaje a los caídos y a los héroes de la Guerra Cristera. Estos monumentos no solo son un recordatorio del sacrificio de aquellos que lucharon por su fe, sino que también sirven como lugares de reflexión sobre la importancia de la libertad religiosa en un país que ha pasado por procesos de cambio significativo en su relación con la Iglesia.
Un ejemplo emblemático es el Monumento a los Mártires de la Cristiada, ubicado en la Ciudad de México. Este espacio se ha convertido en un lugar de peregrinación para muchos católicos que buscan honrar la memoria de aquellos que perdieron la vida por su fe. Además, las ceremonias que se realizan en este tipo de monumentos son una forma de mantener viva la memoria histórica de la Cristiada, fomentando una conexión emocional entre las nuevas generaciones y los eventos pasados.
La construcción de estos espacios también refleja un proceso más amplio de recuperación de la memoria histórica en México. La Guerra Cristera, junto con otros eventos significativos, ha sido objeto de un esfuerzo por parte de la sociedad para reconocer y comprender las complejidades de su historia. Este proceso es fundamental para promover la cohesión social y el entendimiento entre diferentes grupos dentro del país.
El legado de la Cristiada ha sido determinante en la configuración de la identidad religiosa de los mexicanos, especialmente en el contexto de un país donde el catolicismo sigue siendo la religión predominante. La lucha de los cristeros ha sido interpretada no solo como una defensa de la fe católica, sino también como un acto de resistencia contra la opresión, lo que ha resonado profundamente en la conciencia colectiva de los creyentes.
Las comunidades católicas en México han utilizado la memoria de la Cristiada para fortalecer su identidad y cohesión. Las celebraciones litúrgicas, así como las actividades comunitarias, a menudo incluyen referencias a los mártires de la Cristiada, convirtiendo su sacrificio en un símbolo de la fe y la perseverancia ante la adversidad. Este fenómeno es observable en diversas festividades religiosas que buscan honrar a aquellos que lucharon por la libertad de culto.
Además, en el contexto de un mundo cada vez más secular, la memoria de la Cristiada ha proporcionado a las comunidades católicas una narrativa de resistencia que las empodera. La historia de la Guerra Cristera a menudo se utiliza como una herramienta para motivar a las nuevas generaciones a participar activamente en la vida religiosa y social, enfatizando la importancia de defender sus derechos y creencias.
El impacto de la Cristiada también puede observarse en la forma en que se abordan las relaciones interreligiosas en México. Aunque el país ha experimentado un aumento en la diversidad religiosa, la memoria de la Guerra Cristera ha llevado a un enfoque más cauteloso en las interacciones entre diferentes grupos religiosos. La historia de persecución y resistencia ha creado una dinámica de desconfianza que, aunque ha disminuido en ciertos aspectos, todavía se siente en algunos sectores de la sociedad.
La memoria de la Cristiada invita a reflexionar sobre la importancia de la historia en el presente. La forma en que se recuerda este conflicto puede influir en las decisiones políticas y en la construcción de un futuro más inclusivo en México. La historia de la Guerra Cristera no solo es relevante para los católicos, sino que también plantea cuestiones sobre los derechos humanos, la libertad de expresión y la necesidad de un diálogo constructivo entre diferentes creencias.
El reconocimiento de la Cristiada como un capítulo importante de la historia mexicana puede contribuir a un entendimiento más profundo de las luchas actuales por los derechos civiles y la libertad religiosa. A medida que México se enfrenta a nuevos desafíos en un mundo globalizado, la memoria de la Cristiada puede servir como un recordatorio de la importancia de la tolerancia, el respeto y la defensa de la diversidad cultural y religiosa.
En conclusión, el legado de la Cristiada se manifiesta en múltiples dimensiones de la sociedad mexicana. Desde su representación en la cultura popular hasta su impacto en la política contemporánea, este conflicto ha dejado una marca indeleble en la memoria colectiva del país. La forma en que se recuerda y se estudia la Cristiada no solo nos ayuda a entender mejor el pasado, sino que también puede guiar a México hacia un futuro más inclusivo y respetuoso de la diversidad religiosa.
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Asesinato de Venustiano Carranza en 1920. |
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Inicio de la Revolución Mexicana el 20 de noviembre de 1910 |
Plan de San Luis Potosí en 1910, proclamado por Francisco I. Madero, llamando a la lucha armada contra el gobierno de Porfirio Díaz |