La Guerra de Castas en Yucatán se erige como uno de los episodios más significativos y complejos de la historia de México, un conflicto que no solo marcó el rumbo de una región, sino que también dejó una huella indeleble en la identidad cultural y social de sus habitantes. Este enfrentamiento, que se extendió desde 1847 hasta 1901, fue el resultado de un cúmulo de tensiones históricas, sociales y económicas que se habían gestado durante décadas, y que finalmente estallaron en una lucha por la autonomía y la justicia. La población maya, en su búsqueda de reconocimiento y derechos, se enfrentó a un sistema que perpetuaba la desigualdad y la opresión, desencadenando un conflicto que resonaría en la memoria colectiva de la región.
En este contexto, las raíces de la contienda se encuentran entrelazadas con las condiciones sociales y económicas que prevalecían en Yucatán, donde la pobreza y la marginación de las comunidades indígenas se tornaron intolerables. Con un trasfondo de abusos de poder y conflictos territoriales, los pueblos mayas comenzaron a organizarse, dando pie a una serie de enfrentamientos que no solo lucharían por la tierra, sino también por su dignidad y derechos fundamentales. La resistencia indígena, con sus propias estrategias y alianzas, se convirtió en una respuesta formidable ante la opresión de un gobierno que, en lugar de buscar la reconciliación, optó por la represión y la militarización del conflicto.
A medida que la guerra avanzaba, su impacto se extendió más allá del ámbito militar, reconfigurando la demografía, la cultura y la política de la región. Los efectos de la contienda se sintieron en cada rincón de Yucatán, transformando la vida cotidiana de sus habitantes y dejando un legado que aún se siente en la actualidad. Este análisis busca explorar las múltiples dimensiones de la Guerra de Castas, desde sus orígenes hasta sus consecuencias, ofreciendo una visión integral de cómo un conflicto puede redefinir no solo un territorio, sino también la identidad de sus pueblos.
La Guerra de Castas, que tuvo lugar en la península de Yucatán entre 1847 y 1901, representa un capítulo crucial en la historia de México, marcando la lucha de los pueblos indígenas mayas contra la opresión y la desigualdad. Para comprender plenamente este conflicto, es esencial explorar su contexto histórico, que se estructura a través de antecedentes sociales y económicos, así como influencias culturales y políticas que moldearon la realidad de la región en ese momento.
Durante el siglo XIX, Yucatán experimentó transformaciones significativas, tanto en su estructura económica como en su organización social. La economía yucateca dependía en gran medida de la producción de henequén, una planta cuyas fibras se utilizaban para la fabricación de cuerdas y otros productos. Este cultivo se convirtió en la base de la economía regional, generando riqueza para algunos, pero también exacerbando la desigualdad social. La élite yucateca, compuesta principalmente por descendientes de europeos, se benefició enormemente del auge del henequén, mientras que la mayoría de la población indígena maya vivía en condiciones de pobreza y explotación.
El sistema de haciendas, que se desarrolló en este contexto, permitió a los terratenientes acumular grandes extensiones de tierra y controlar la producción agrícola. Los mayas, obligados a trabajar en estas haciendas, fueron sometidos a condiciones de trabajo duras y a un sistema de deuda que los mantenía en la miseria. La concentración de la riqueza en manos de unos pocos y la explotación sistemática de la mano de obra indígena crearon un caldo de cultivo para el descontento.
Además de las tensiones económicas, la situación social estaba marcada por una profunda desigualdad racial. Los mayas eran considerados ciudadanos de segunda clase, sin acceso a derechos políticos y sufriendo discriminación en diversos aspectos de la vida cotidiana. La falta de educación y representación política para los pueblos indígenas, junto con la imposibilidad de acceder a tierras propias, contribuyeron a un creciente resentimiento hacia el gobierno y la élite criolla.
La Guerra de Castas no puede ser entendida sin considerar las influencias culturales y políticas que moldearon la identidad maya y su resistencia. La cultura maya es rica en tradiciones, creencias y prácticas que, a lo largo de los siglos, han perdurado a pesar de la colonización y la opresión. La cosmovisión maya, que integra elementos religiosos y espirituales, desempeñó un papel fundamental en la motivación de la resistencia indígena. La conexión de los mayas con la tierra y sus ancestros se convirtió en un símbolo de su lucha por la autonomía y la dignidad.
En el ámbito político, el contexto de la independencia de México (1821) y la posterior inestabilidad política del país influenciaron la situación en Yucatán. La Revolución de 1848 y la intervención francesa en México (1862-1867) desviaron la atención del gobierno federal de las necesidades y demandas de los pueblos indígenas, lo que incrementó la percepción de abandono por parte del Estado. Las autoridades locales, muchas veces alineadas con los intereses de la élite, no solo ignoraron las quejas de los mayas, sino que también implementaron políticas que favorecían a los terratenientes en detrimento de la población indígena.
Este clima de opresión y descontento, combinado con la rica tradición cultural de resistencia de los mayas, sentó las bases para el estallido de la Guerra de Castas. El contexto histórico revela así un entramado complejo de factores sociales, económicos y culturales que culminaron en un conflicto prolongado, donde los mayas buscaban reivindicar sus derechos y recuperar su autonomía frente a un sistema que los había marginado sistemáticamente.
La Guerra de Castas, que se desarrolló entre 1847 y 1901 en la península de Yucatán, es uno de los conflictos más significativos en la historia de México, especialmente en lo que respecta a la lucha por los derechos y la autonomía de los pueblos indígenas. Este conflicto no surgió de la nada, sino que fue el resultado de un complejo entramado de causas sociales, económicas y políticas que se entrelazaron a lo largo de los años, creando un ambiente propicio para la insurrección.
Una de las causas más fundamentales de la Guerra de Castas fue la profunda desigualdad social y económica que existía en la península de Yucatán. Desde la época colonial, la sociedad yucateca había estado estructurada en un sistema de castas que otorgaba privilegios a los españoles y criollos, mientras que los indígenas eran relegados a posiciones de pobreza y marginación. Esta estructura de clases se mantuvo a lo largo del tiempo, incluso después de la independencia de México en 1821.
Los mayas, que constituían la mayoría de la población en Yucatán, se encontraban en una situación de extrema pobreza. Muchos de ellos trabajaban en tierras que no les pertenecían y eran sometidos a un sistema de explotación laboral por parte de terratenientes, quienes eran en su mayoría de ascendencia europea. Este sistema feudal encubierto se caracterizaba por el pago de altos impuestos y la falta de acceso a servicios básicos, lo que alimentaba un creciente resentimiento entre la población indígena.
Adicionalmente, la economía de Yucatán se basaba en la producción de henequén, un recurso que se volvía cada vez más valioso en el mercado internacional. Sin embargo, la riqueza generada por esta industria no se redistribuía entre la población indígena, sino que era acaparada por una élite económica que continuaba perpetuando la desigualdad. La explotación de los trabajadores indígenas en las haciendas de henequén era común, lo que incrementó la animosidad y el deseo de cambio entre los mayas.
Los conflictos territoriales también jugaron un papel crucial en el estallido de la Guerra de Castas. Desde la llegada de los españoles, los pueblos indígenas habían sido despojados de sus tierras, lo que resultó en una pérdida significativa de su territorio ancestral. A lo largo del siglo XIX, la expansión de las haciendas y el desarrollo de la agricultura comercial llevaron a un incremento de la presión sobre las tierras de los mayas.
La creación de nuevas leyes que favorecían la compra de tierras por parte de los terratenientes y la falta de reconocimiento de los derechos de propiedad de las comunidades indígenas generaron tensiones constantes. Los mayas, que habían vivido en armonía con su entorno durante siglos, se vieron obligados a luchar por la defensa de sus tierras. El reclamo por la restitución de tierras se convirtió en uno de los principales motores de la insurrección.
Los constantes despojos y la falta de respeto hacia los territorios indígenas provocaron que muchas comunidades comenzaran a organizarse y a resistir. La lucha por el territorio no solo se trataba de reivindicaciones económicas, sino que también se convirtió en un símbolo de identidad y resistencia cultural frente a un sistema opresor.
Los abusos de poder por parte de las autoridades locales y del gobierno central fueron otro factor determinante en el surgimiento de la Guerra de Castas. A lo largo del siglo XIX, los mayas enfrentaron una serie de violaciones a sus derechos, que incluyeron desde el abuso físico y psicológico hasta la represión de sus tradiciones y costumbres. Las autoridades, en lugar de buscar el diálogo y la conciliación, optaron por una respuesta violenta a cualquier forma de resistencia.
El sistema legal también estaba diseñado para favorecer a los poderosos, lo que dejaba a los indígenas en una posición de total desventaja. Las leyes eran aplicadas de manera arbitraria y, en muchos casos, el acceso a la justicia era prácticamente inexistente para los pueblos mayas. Este clima de impunidad generó un creciente descontento y la percepción de que la única forma de conseguir justicia era a través de la lucha armada.
La opresión también se manifestaba en la imposición de prácticas culturales y religiosas ajenas a la tradición maya, lo que generó un sentimiento de alienación y despojo cultural. Las comunidades indígenas se sintieron atacadas no solo en su existencia material, sino también en su identidad. Esta lucha por la dignidad y el respeto a sus tradiciones fue un componente esencial en la motivación para levantarse en armas.
En resumen, las causas de la Guerra de Castas son multifacéticas y complejas, entrelazando la desigualdad social y económica, los conflictos territoriales y los abusos de poder. Este contexto histórico propició el surgimiento de un movimiento de resistencia que buscaba recuperar no solo tierras y derechos, sino también la dignidad y la identidad de los pueblos mayas. A medida que las tensiones aumentaban, se hizo evidente que la lucha por la justicia y la igualdad era inevitable.
La Guerra de Castas en Yucatán, que se extendió entre 1847 y 1901, fue un conflicto largo y complejo que tuvo profundas repercusiones en la región. Este enfrentamiento no solo fue un levantamiento armado, sino un proceso de resistencia cultural y social que buscaba reivindicar los derechos de los pueblos mayas frente a un sistema opresor. A continuación, se analizan los principales aspectos del conflicto, incluyendo los enfrentamientos y batallas, las estrategias empleadas por los insurgentes, y la respuesta del gobierno mexicano ante esta insurrección.
La Guerra de Castas comenzó en 1847, pero los primeros brotes de violencia se registraron en 1848, cuando los mayas se levantaron en armas en la región de Tizimin. Este levantamiento fue rápidamente reprimido por las fuerzas gubernamentales, pero sentó las bases para futuras insurrecciones. Uno de los momentos más significativos del conflicto ocurrió en 1855, cuando los mayas, liderados por figuras como Manuel Antonio Ay y Jacinto Pat, lograron tomar la ciudad de Tizimin, lo que marcó un punto de inflexión en la guerra.
A lo largo de las décadas que siguieron, se produjeron múltiples enfrentamientos significativos. En 1867, los insurgentes maya lograron un triunfo notable en la batalla de Tihosuco, donde derrotaron a las fuerzas del gobierno. Este evento fue un símbolo de la resistencia y la determinación de los pueblos indígenas, y llevó a un aumento en el número de combatientes del lado maya.
Sin embargo, el gobierno mexicano no se quedó de brazos cruzados. En respuesta a las victorias insurgentes, organizó varias campañas militares bajo el mando de generales como José María de la Vega y Manuel Rojas. A pesar de sus esfuerzos, el conflicto se prolongó durante varias décadas, con episodios de violencia intermitente y un desgaste gradual de ambas partes.
Los insurgentes mayas desarrollaron una serie de estrategias que les permitieron resistir a las fuerzas gubernamentales a lo largo de la contienda. En primer lugar, aprovecharon su conocimiento del terreno, utilizando la selva y la geografía de la península de Yucatán para realizar emboscadas y ataques sorpresa. Esta familiaridad con el entorno les proporcionó una ventaja táctica en numerosos enfrentamientos.
Además, los grupos insurgentes implementaron tácticas de guerrilla, evitando confrontaciones directas con las fuerzas del gobierno cuando esto no era favorable. Esto les permitió desgastar a sus oponentes y mantener la moral entre sus filas. La comunicación entre las diferentes comunidades mayas también fue clave; establecieron redes informales de apoyo y colaboración que les permitieron coordinar acciones y compartir recursos.
Los líderes mayas, como Jacinto Pat, también se convirtieron en figuras emblemáticas que unificaron a los pueblos indígenas bajo una causa común. Su capacidad para articular las demandas de justicia social y dignidad ayudó a consolidar el movimiento insurgente. El uso de los símbolos culturales y la religión también jugó un papel fundamental en la movilización de los pueblos mayas, quienes vieron en la lucha una forma de resistencia no solo política, sino también cultural y espiritual.
La respuesta del gobierno mexicano a la Guerra de Castas fue, en muchos sentidos, una mezcla de represión militar y estrategias de conciliación. Inicialmente, el enfoque fue predominantemente militar. El gobierno envió tropas a la región para sofocar el levantamiento, implementando campañas de "tierra quemada" que buscaban desmantelar las bases de apoyo de los insurgentes mediante la destrucción de cultivos y aldeas. Esta estrategia, sin embargo, a menudo resultó en un aumento de la resistencia y el resentimiento entre las comunidades indígenas.
Con el tiempo, el gobierno se dio cuenta de que la represión militar por sí sola no podría resolver el conflicto. A partir de la década de 1880, comenzaron a surgir propuestas de reformas que buscaban integrar a los pueblos indígenas en la sociedad mexicana. Sin embargo, estas reformas a menudo eran superficiales y no abordaban las causas profundas de la insurrección, como la desigualdad social y la falta de tierras.
La administración de Porfirio Díaz, que asumió el poder en 1876, también intentó abordar la cuestión indígena desde un enfoque más paternalista. Se llevaron a cabo algunas iniciativas para mejorar la educación y la salud en las comunidades indígenas, pero la implementación fue limitada y, a menudo, estuvo marcada por la corrupción y el nepotismo. Como resultado, el conflicto continuó durante más de cinco décadas, a pesar de los intentos de negociación y reconciliación.
En resumen, el desarrollo del conflicto de la Guerra de Castas fue un proceso complejo marcado por enfrentamientos decisivos, estrategias de resistencia innovadoras por parte de los insurgentes mayas y una respuesta del gobierno que osciló entre la represión y la conciliación. Este periodo no solo definió la historia de Yucatán, sino que también dejó una huella indeleble en la identidad y cultura de sus habitantes, cuya lucha por la dignidad y los derechos fundamentales sigue resonando en la actualidad.
La Guerra de Castas, un conflicto que se extendió desde 1847 hasta 1901 en la península de Yucatán, dejó huellas profundas en la sociedad y la cultura de la región. Este enfrentamiento, que surgió como respuesta a la opresión y desigualdad sufrida por los pueblos mayas, no solo transformó la estructura social y política de Yucatán, sino que también tuvo un efecto duradero en la identidad cultural de la población indígena y en las dinámicas socioeconómicas de la región.
Uno de los efectos más significativos de la Guerra de Castas fue el cambio dramático en la demografía de Yucatán. Durante el conflicto, muchas comunidades indígenas sufrieron grandes pérdidas debido a la violencia y el desplazamiento. Las estimaciones sugieren que la población maya se redujo drásticamente, con proyecciones que indican que, al final del conflicto, la población indígena de la península pudo haber disminuido en un 50%. Este descenso se debió no solo a la guerra, sino también a enfermedades y hambrunas que siguieron a los enfrentamientos.
Con la disminución de la población indígena, se produjo un cambio en el equilibrio demográfico de la región. La migración de colonos europeos y mestizos hacia Yucatán, atraídos por la promesa de tierras y oportunidades económicas, alteró aún más la estructura demográfica. Las comunidades mayas, que habían sido las mayoría en la península, comenzaron a ser superadas en número por grupos de origen europeo y mestizo, lo que generó tensiones adicionales en la ya fracturada sociedad yucateca.
La Guerra de Castas no solo tuvo un impacto demográfico, sino que también influenció profundamente la cultura maya contemporánea. A pesar de la opresión y violencia, los pueblos mayas lograron preservar y revitalizar muchos de sus aspectos culturales. La resistencia cultural se manifestó a través de la música, la danza y las tradiciones orales que se transmitieron de generación en generación.
Un aspecto notable de esta resistencia es la revitalización de la lengua maya, que, a pesar de los esfuerzos por erradicarla, ha visto un resurgimiento en las últimas décadas. Hoy en día, el idioma maya es hablado por cientos de miles de personas en Yucatán, y se están realizando esfuerzos para integrarlo en el sistema educativo y en la vida pública. Esto ha permitido que las nuevas generaciones se reconecten con su herencia cultural, fortaleciendo su identidad indígena.
La influencia de la Guerra de Castas también se refleja en las prácticas religiosas. Las comunidades mayas han fusionado sus creencias tradicionales con elementos del catolicismo, creando un sincretismo que es característico de la identidad maya contemporánea. Las festividades, como el Hanal Pixán, que honra a los muertos, son un ejemplo de cómo las tradiciones han perdurado y evolucionado a pesar de las adversidades.
El legado de la Guerra de Castas es también un factor central en la configuración de la identidad yucateca moderna. La memoria colectiva de la lucha y resistencia ha sido fundamental para la formación de una identidad que reconoce la diversidad étnica y cultural de la península. Los descendientes de los pueblos mayas han comenzado a reivindicar su herencia y a luchar por sus derechos, buscando un reconocimiento que había sido históricamente negado.
En las últimas décadas, ha habido un aumento en el activismo indígena en Yucatán, impulsado por el deseo de mejorar las condiciones de vida y la representación política de las comunidades mayas. Esto ha llevado a un renovado interés en la historia de la Guerra de Castas, así como a la creación de espacios donde se discute la historia y cultura maya, buscando empoderar a las nuevas generaciones.
Las manifestaciones culturales, como la música, la danza y las artes visuales, también han sido influenciadas por este legado. Artistas y artesanos mayas han comenzado a explorar y reinterpretar temas relacionados con la guerra y la resistencia en sus obras, creando un diálogo entre el pasado y el presente. Esto no solo enriquece la cultura local, sino que también ofrece una plataforma para que las voces indígenas sean escuchadas en un contexto más amplio.
Además, el reconocimiento del impacto de la Guerra de Castas ha llevado a un interés renovado en el turismo cultural, donde los visitantes pueden aprender sobre la historia y la cultura maya. Este enfoque no solo promueve la economía local, sino que también fomenta un mayor respeto por la rica herencia cultural de Yucatán.
En resumen, el impacto social y cultural de la Guerra de Castas es profundo y multifacético. A pesar de la devastación que trajo el conflicto, los pueblos mayas han encontrado formas de resistir, adaptarse y prosperar en un mundo que ha cambiado drásticamente. La memoria de la guerra sigue viva, no solo como un recuerdo de sufrimiento, sino como un símbolo de resistencia y rejuvenecimiento cultural que continúa forjando la identidad yucateca contemporánea.
La Guerra de Castas en Yucatán, que se extendió desde mil ochocientos cuarenta y siete hasta mil novecientos uno, tuvo un impacto profundo y duradero en la región, alterando radicalmente el panorama político y económico. Las consecuencias de este conflicto no solo afectaron a los pueblos mayas, sino que también moldearon la relación entre el Estado mexicano y las comunidades indígenas, así como la estructura económica de la región. A continuación, se desarrollan los aspectos más relevantes de estas consecuencias.
Tras el final de la Guerra de Castas, el gobierno mexicano se vio obligado a reconsiderar su enfoque hacia las comunidades indígenas y su integración en el sistema político. La derrota de los insurgentes mayas, aunque significativa, dejó una huella indeleble en la política yucateca. Uno de los cambios más notables fue la implementación de reformas agrarias que buscaban atender, en parte, las demandas de tierras de los pueblos mayas. Sin embargo, estas reformas no siempre se tradujeron en beneficios reales para los indígenas.
La Ley de la Reforma, promulgada en mil ochocientos cincuenta y cinco durante el gobierno de Benito Juárez, fue un intento por parte del Estado de modernizar el país y promover la propiedad privada. Esta ley, aunque tenía como objetivo desmantelar el poder de la Iglesia y los grandes terratenientes, también afectó las tierras comunales que pertenecían a las comunidades indígenas. En consecuencia, muchas tierras que habían estado en posesión de los mayas pasaron a manos de nuevos propietarios, lo que exacerbó la situación de desigualdad.
En los años siguientes, el gobierno mexicano continuó implementando políticas que, en lugar de facilitar la integración de los indígenas, a menudo los marginaban aún más. La creación de nuevos municipios y la reestructuración del sistema político local, aunque en algunos aspectos buscaban una mayor inclusión, en la práctica mantenían la hegemonía de las élites criollas y mestizas. Esto llevó a un aumento en la resistencia de las comunidades indígenas, que continuaron demandando reconocimiento y derechos.
La Guerra de Castas tuvo un impacto económico significativo en Yucatán. La región, que había sido un importante productor de henequén, sufrió una devastación considerable debido al conflicto. Las tierras de cultivo fueron destruidas y muchas familias quedaron sin medios de subsistencia. La economía local, que había dependido en gran medida de la producción agrícola, especialmente del henequén, experimentó una caída drástica.
Sin embargo, tras el conflicto, se produjo un cambio en el modelo económico. A medida que la producción de henequén se fue recuperando, también se implementaron nuevas técnicas y métodos agrícolas. Los empresarios, muchos de los cuales habían sido aliados del gobierno, comenzaron a invertir en la producción de henequén, lo que llevó a un auge en la industria durante las décadas siguientes. Esta inversión, aunque benefició a algunos sectores de la población, no resolvió los problemas de desigualdad y pobreza que enfrentaban las comunidades indígenas.
A partir de mil novecientos, Yucatán se convirtió en el principal productor mundial de henequén, lo que atrajo la atención internacional y la inversión extranjera. Sin embargo, este crecimiento económico no se tradujo en un desarrollo equitativo. La mayoría de los beneficios del auge del henequén fueron acaparados por una élite económica que continuó marginando a las comunidades mayas. La falta de acceso a la educación y a recursos básicos perpetuó un ciclo de pobreza en el que las comunidades indígenas se encontraron atrapadas.
Las consecuencias políticas y económicas de la Guerra de Castas llevaron a una relación tensa y conflictiva entre el Estado mexicano y las comunidades indígenas. A pesar de que el gobierno intentó implementar algunas reformas, la desconfianza entre los pueblos mayas y las autoridades persistió durante décadas. Los indígenas se sintieron traicionados por las promesas no cumplidas y la falta de reconocimiento de sus derechos como pueblos originarios.
En el ámbito político, la exclusión de los indígenas de los procesos de toma de decisiones se mantuvo. Las comunidades mayas continuaron organizándose para luchar por sus derechos, lo que resultó en la formación de movimientos indígenas a lo largo del siglo veinte. Estos movimientos buscaron no solo la restitución de tierras, sino también el reconocimiento cultural y político dentro del marco estatal. La resistencia de los pueblos indígenas se convirtió en un símbolo de la lucha por la autodeterminación y la justicia social.
En la actualidad, la relación entre el Estado y las comunidades indígenas en Yucatán sigue siendo compleja. Los programas de desarrollo y las políticas de inclusión han sido implementados, pero muchos de ellos son percibidos como insuficientes. Los pueblos mayas continúan reclamando su derecho a la tierra, la cultura y la participación política, lo que demuestra que las repercusiones de la Guerra de Castas aún resuenan en la sociedad contemporánea.
Aspecto | Descripción |
---|---|
Reformas Agrarias | Desposesión de tierras comunales y concentración de tierras en manos de pocos. |
Industria del Henequén | Crecimiento económico a través de la producción de henequén, pero con beneficios desiguales. |
Relación Estado-Indígenas | Tensión y desconfianza persistente; movimientos indígenas en búsqueda de derechos. |
Demografía | Desplazamiento y reducción de la población indígena en áreas afectadas por el conflicto. |
En resumen, las consecuencias políticas y económicas de la Guerra de Castas en Yucatán marcaron el inicio de un proceso de reconfiguración que, aunque con el tiempo generó algunos avances, no logró eliminar las disparidades históricas. La lucha por la justicia y la igualdad sigue siendo un tema relevante en la actualidad, evidenciando que el legado de este conflicto perdura en la memoria colectiva de los pueblos mayas y en su búsqueda de un lugar dentro de la sociedad mexicana.
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